Me encontraba un poco aturdida aún por la noticia cuando llegué a la planta 141 del edificio que guarda la sede del Departamento de Mantenimiento y Sostenibilidad Poblacional. Había sido reclamada para el proceso de fertilización humano es decir, iba a tener un hijo.
Tampoco es que eso te haga tremendamente especial ya que tarde o temprano casi todas las mujeres pasaban una o dos veces de su vida por el DMSP;asi que mis nervios eran los típicos nervios de probar algo por primera vez.
Al llegar a planta, una chica de unos veintidós años me condujo hasta una sala de espera donde me encontré incluída en un grupo de unas veinte funcionarias del Estado, trabajadoras como yo vamos.
Recuerdo que comprobaron nuestro historial médico para corroborar que todo seguía en orden y según lo establecido.
Era cierto que todas estábamos algo nerviosas por la experiencia sexual de la que íbamos a tener oportunidad de participar, una experiencia engorrosa pero necesaria para poder mantener la raza humana sin el uso de otras medidas de procreación. Medidas desestimadas por el Partido de la Pureza Humana, nuestro Gran Partido. Durante muchos años recuerdo pensar así.
Nos hicieron pasar a una consulta donde los médicos nos inyectaron excitantes artificiales y un inhibidor de la dopamina, la "hormona de la felicidad". Lo importante era quedarse embarazada y no disfrutar con lo prohibido por ley.
Ahí la vi por primera vez, era una mujer muy normal con el cabello negro y unos ojos azules que quedarían gravados en mi memoria para siempre. Parecía tremendamente frágil mientras el médico le buscaba incesantemente una vena en su fina piel.
Estaba muy asustada y me acerqué a ella con una sonrisa para decirle que todo iba a salir bien y que deseaba que su hijo heredase esos preciosos ojos azules que tenía.
El médico me miró con una cara extraña que no entendí muy bien hasta que unas semanas más tarde me comunicaron que mi inyección del inhibidor estaba defectuosa y que debía de abortar por poner en "peligro la seguridad nacional" además de trasladarme a un puesto solitario y aislado. Fue ese médico el único que me vio sonreír allí dentro, así que supongo que la culpa sería de él.
Nos pasaron a una última sala antes de llevarnos a conocer a nuestra pareja y nos dejaron solas en ella. Una voz robotizada nos indicó que teníamos que desnudarnos y aplicarnos el relajante muscular, que se nos había dado al entrar, por las ingles, los muslos y la cadera. Teníamos terminantemente prohibido ayudarnos en la aplicación de la crema y nos exigieron celeridad en el proceso.
No se explicar lo que sentí al ver a aquella mujer desnuda, pasando sus manos por su blanca piel muy suavemente. Era como si bailaran sobre su cuerpo buscando erizar el vello del mío y despertando en mi un instinto animal e incontrolable que procedía de lo más adentro de mi existencia.
Me sentí contrariada. Suponía que los excitantes podían tener algo que ver pero era algo más. Aparte la vista y busqué indicios en las otras mujeres de que les estaba ocurriendo lo mismo; no los encontré.
Entonces decidí no mirarla... aunque reconozco que de vez en cuando, levantaba la vista hacia ese cuerpo perfecto y me regocijaba en mi... ¿felicidad?
Se encendió la luz roja de la puerta que llevaba a la Sala de Procreación y cada una de nosotras fue acompañada por dos médicos hasta nuestro inseminador.
Los hombres se disponían en dos filas interminables de camillas blancas que les alzaban la pelvis ligeramente más que al resto del cuerpo. Estaban todos desnudos y erectos esperando nuestra llegada.
Al llegar bajaron delante de cada camilla una estructura circular con una pinza en el centro a la cual nos anclarían a cada una.
Los médicos me pusieron en el círculo y ataron mis brazos y mis piernas a los lados. Luego, mientras uno se ocupada de fiajarme la cabeza con una cinta, el otro sujetaba mi cadera con la pinza metálica. Me flexionaron un poco y me pusieron protectores a las rodillas.
Cuando estábamos todas, nos alzaron un poco con la estructura y la inclinaron hasta ponernos paralelas al suelo entonces nos bajaron a todas encima de cada uno de los Inseminadores.
Un médico nos colocó sensores a mi y al hombre mientras el otro facilitaba la penetración inicial.
Lo normal es que el conjunto de excitantes que llevábamos encima más el frenético movimiento al que nos sometía la pinza hiciesen que la experiencia no durase más que un par de minutos; y aunque seguramente no llegué a esa marca,sin duda fueron los momento más largos de mi vida.
La mujer de antes estaba a mi lado enganchada sobre otro hombre por aquel invento y participando en la "Gran Labor De La Procreación". Intenté verla pero mi cabeza fijada no me permitía alcanzarla con la vista.
Ahí enganchada a una máquina, sobre un hombre que no conocía y que sería el padre de un hijo que no me dejarían tener; y ahí, siendo la única mujer de la sala que podía llegar a sentir algo con el acto sexual... no sentí nada.
Solo sentí frustración por que la mujer a la que amaba estaba a mi lado y no podía besarla ni abrazarla ni sentir su piel sobre la mía mientras nos fundíamos con la mirada; y sentí tristeza por amar, amar por primera vez, y amarla sabiendo que no me correspondía. Sentí tristeza por amar a una mujer y darme cuenta de esa forma.
Han pasado diez años desde aquel día y nunca más la volví ver. Ahora, que estoy sola, he dejado de agradecer que me separaran de ella y siento que si alguna vez la viese le declararía lo que siento aun sabiendo que cometería ese delito que se conoce en este aciago mundo como Delito de Contranatura.
2 comentarios:
Al final supongo que en el amor todos acabamos perdiendo cachitos...el problema es que la protagonista se ha perdido por completo.
Me gustas
in... quietante...
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