Es quizás una hora muy especial, donde el vinagre (cuando no me ve Manoli, ginebra) se desliza por el metal de una hueste de infinitos cubiertos mientras pienso. Hago caso a los consejeros y pienso. Pienso y cuando me aburro de pensar empiezo a intentar sentir.
Pues ayer entre una cuchara sopa y un tenedor de postre lo conseguí, sentí. Y no solo sentí si no que razoné sobre mis sentimientos y mis conclusiones son duras y fuertes y quizá descabelladas por que siempre tiendo a los extremos. O todo o nada.
Cada limpieza de tenedores trae consigo un efecto diferente en mí. A veces caigo en la vagancia de ser una pala de pescado y me refugio en lo de siempre. Otras me muestro sumiso y obediente ante las opiniones y creo realmente que los cuchillos me conocen más de lo que me conozco yo mismo.
Las menos, me siento como un tenedor gigante con ganas de pinchar todo lo que me hace daño.
Pero ayer no fui cubierto, ayer me acerqué un poco a mí mismo y fui, entre una cuchara de sopa y un tenedor de postre, Oscar. Y ahora pienso como no necesitar a los cubiertos para ser yo.
Lo escrito es suficiente para mi, lógicamente así visto no tiene ninguna conclusión para hacer merecedores a estos párrafos de ser publicados. Pensando más fríamente me doy cuenta que es curioso como las actividades repetitivas que usan poca parte del cerebro dejan a tu cabeza en una especie de estado clarividente y dan la calma que de otra manera no consigues. Esta puede ser la conclusión.
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