El calor sofocaba a la hueste expuesta al sol. Un día de bochorno absoluto en la ciudad de Talabheim fue el lugar elegido por nuestro general para darnos la aciaga noticia. Era lógico, cuantas veces saliéramos de esta plaza tras él, cuantas veces…
Mi nombre es Mark von Saufen, soy Tirador de la Octava Compañía de Arcabuceros, la más antigua, la mejor. Además soy el más veterano de toda la tropa regular de Talabheim, y solo el Ingeniero Mayor Van Tasel de todo el III Ejército ha luchado más veces al lado de nuestro general que yo.
Tres veces condecorado con la Cruz del Valor, una de ellas por dirigir a mi Compañía en la defensa solitaria del flanco derecho en la Batalla de la Colina de la Calavera contra un Señor del Caos. Llevo más de veinte años viendo morir a mis compañeros, a mis amigos, luchando hasta el fin de nuestras fuerzas, dando muerte a toda clase de criaturas entre ellas también hombres… la verdad es que no se hacer otra cosa ya. Aun así tengo seguro que no hubiese llegado vivo al día de hoy si no llega a ser por nuestro general:
El Mariscal de Campo Oskar Von Raufen Estefad. Conocido por sus hombres por el rango con el que se encumbró en la historia; General. El consiguió que el III Ejército de Talabheim fuese temido y respetado por cualquier enemigo. En las múltiples campañas que llevamos a cabo nos llenaba de orgullo oír que nuestros enemigos se referían a nosotros como La Ira de la Pólvora, La Marcha Invencible, Los Hombres del Diablo-Hombre, Organizadores del Caos etc…
Un día a la luz de una hoguera acampados cerca de Praag se acercó el general y nos dijo: He oído que por aquí los bárbaros aún no nos han bautizado y solo se me ocurren dos opciones o no tienen suficiente imaginación o aun no nos conocen. Tres días después en otra situación similar se acercó de nuevo y comentó con algo de sorna que no iba poder satisfacer su curiosidad por que ya no quedaban bárbaros vivos.
Todo esto pensaba en mi formación, cerca de las compañías de lanceros y a no más de unos pocos metros de donde se encontraban los cañones de Van Tasel. Sonaron trompetas y al unisono todos nos pusimos firmes, subía el general a la palestra.
Alto, vigoroso, viejo pero con fuerzas, subió vestido de campaña no con los ropajes de gala, llevaba su vieja casaca, encima la capa de piel de lobo que le regalaron Los Caballeros del Lobo Blanco, su espada colgaba del cinturón y nos miró a todos.
Escudriño en el silencio a todos sus hombres, los caballeros, las tropas regulares, los artilleros los Grandes Espaderos, los herreruelos los flagelantes incluso estaban ahí. Todos querían oirle.
“Hombres del Imperio os saludo, yo vuestro general, vuestro líder, vuestro amigo. Algunos lleváis conmigo más años que la edad de mi hijo, otros remplazasteis a grandes hombres de manera más que gloriosa e incluso algunos no me conocéis más que de algunos meses pero todos formáis el III Ejército de Talabheim, mi ejército.
Jamás hubiese llegado a este momento sin vosotros, sin los que estáis aquí y sin los que pasaron por esta misma plaza desde aquella vez que partí a salvar un pueblo de una incursión goblin.
Mi fama es alta dentro y fuera de las fronteras del Imperio, he sido temido, he sido odiado, he sido envidiado también por mis hazañas, por vuestras hazañas. Un miliciano que salvó un cañón, un destacamento que murió parando decenas de Fanáticos Goblins, un Ingeniero que mató un gigante, un cañón que hundió un dragón, por miles de cargas de caballería desesperadas, miles de salvadas que rompieron miles de frontales de ejércitos son solo unas pocas a nombrar. Por todo ello soy lo que soy, por vosotros soy lo que soy. Y hoy es el día de agradeceros todo esto, no solo yo si no todo el Imperio os agradece vuestro servicio. El mismísimo emperador desde Altdorf ordenará a la misma hora que nosotros que se disparen cien cañones en nuestro honor.
Sois el ejército que cualquier general soñaría mandar.
Hoy se termina, en el mismo lugar en el que empezó la historia que escribimos juntos estos veintiséis años. Los tiempos han cambiado, somos el último ejército que queda del antiguo modelo militar, nuevos avances en la estrategia así como en las armas y en la reestructuración de las tropas nos jubilan anticipadamente. Algunos seréis incorporados a otras unidades, otros obtendréis vuestra merecida jubilación pero recordar todos que hubo un tiempo que fuimos el mejor ejército que ha tenido el Imperio.”
Por primera vez un atisbo de lágrima apareció en los ojos de nuestro general. Alguien alzó la voz entre las filas rompiendo el protocolo:
- ¡Sigmar salve a nuestro general!- Y las diez mil almas en la gran plaza de Talabheim gritaron al unisono. Yo también grité como nunca lo había hecho y Van Tasel ordenó acto seguido que cien cañones desde las murallas de la ciudad dispararan al cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario